NUEVA YORK — Donald Trump ha hecho historia tantas veces. El primer presidente sin experiencia en el gobierno ni militar. El primero en ser imputado dos veces. El primero en desafiar enérgicamente la certificación de su sucesor en la Casa Blanca. Ahora suma otro debut: Incluso cuando espera volver a la Casa Blanca en 2025, es el primer expresidente en ser imputado.
Sin embargo, Donald Trump es difícilmente el primer presidente o expresidente de Estados Unidos en enfrentar problemas con la justicia.
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La línea más reciente que cruza Trump vuelve a desafiar el aura de la presidencia estadounidense, nutrida en la infalibilidad de George Washington pero humanizada una y otra vez, a través de escándalos nacidos de la codicia, el abuso de poder, la corrupción, la ingenuidad, el sexo y las mentiras sobre las relaciones extramaritales.
En 1974, Richard Nixon bien pudo haber evitado los cargos penales por obstrucción de la justicia o soborno, relacionados con el escándalo de Watergate, solo porque el presidente Gerald Ford lo perdonó pocas semanas después de que Nixon renunciara a la presidencia.
A Bill Clinton se le suspendió la licencia de abogado durante cinco años en su Arkansas natal después de que llegó a un acuerdo con los fiscales en 2001, al final de su segundo mandato, por las acusaciones de que mintió bajo juramento sobre su amorío con la pasante de la Casa Blanca Monica Lewinsky.
Algunos historiadores se preguntan sobre el destino del presidente Warren Harding si no hubiera muerto en el cargo, en 1923. Numerosos funcionarios a su alrededor habrían sido implicados en varios delitos, incluso su secretario del Interior, Albert B. Fall, cuyas transacciones corruptas de tierras se conocieron como el “escándalo de “Teapot Dome”.
“Los muros se estaban cerrando a su alrededor”, dijo de Harding el historiador presidencial Douglas Brinkley. En EEUU, el secretario del Interior es un cargo que corresponde con el de director del Departamento de Recursos Naturales en otros países.
Según informes, la acusación de Trump en Nueva York está relacionada con la forma en cómo se falsearon ciertos expedientes mercantiles en relación con el pago de $130,000 a la actriz porno Stormy Daniels en 2016, poco antes de que Trump derrotara a la demócrata Hillary Clinton por la presidencia, para evitar que Daniels hiciera público un encuentro sexual que ella dijo que había tenido con él años antes. Trump niega haber tenido relaciones sexuales con ella.
Trump también está siendo investigado por supuestamente intentar cambiar los resultados de la votación de 2020 en Georgia, un estado que perdió estrechamente ante el demócrata Joe Biden, y por su papel en el violento asalto de una turba al Capitolio de EEUU el 6 de enero de 2021, cuando los partidarios de Trump intentaron evitar que el Congreso certificara a Biden como presidente. Trump ha negado haber hecho algo inapropiado y ha calificado la investigación de Nueva York como “una caza de brujas”.
Mientras estuvo en el cargo, Trump adoptó una opinión judicial del Departamento de Justicia de que un presidente no podía ser imputado. Sin embargo, una vez que un presidente deja el cargo, esa protección desaparece.
La mayoría de los expresidentes estadounidenses del último medio siglo han llevado una vida pública relativamente tranquila: crearon fundaciones, pronunciaron discursos lucrativos o, en el caso de Jimmy Carter, realizaron abundantes obras de caridad. La caída en desgracia marcó a Nixon durante años, aunque al final resurgió para hablar sobre asuntos globales y aconsejar a los aspirantes a políticos y posibles presidentes, incluido Trump.
La causa inmediata de la renuncia de Nixon fue el descubrimiento de la “pistola humeante”: grabaciones en cinta de la Oficina Oval, iniciadas por el propio Nixon, que revelaron que él había ordenado encubrir el allanamiento ilegal en 1972 de la sede del Comité Nacional Demócrata en el complejo Watergate, en Washington. Para 1974, el escándalo se había expandido mucho más allá del delito inicial. Muchos de los principales ayudantes de Nixon habían dimitido y al final fueron encarcelados. El propio Nixon era un posible objetivo del fiscal especial designado para el caso Watergate.
“Había personas partidarias en el Congreso y en el equipo del fiscal especial a las que les habría gustado ver que Nixon fuera imputado después de su dimisión, o que al menos creyeron que el indulto fue prematuro”, afirma John A. Farrell, autor de “Richard Nixon: The Life”, una premiada biografía publicada en 2017. “Pero el fiscal especial, Leon Jaworski, había optado sistemáticamente por tratar con respecto a Nixon a través del proceso constitucional, de juicio político”.
Farrell señala que Ford indultó tan rápidamente a Nixon después de su renuncia que la oficina de Jaworski no tuvo tiempo de considerar por completo los cargos contra Nixon. El propio Ford dijo después que una “acusación, un juicio, una condena y cualquier otra cosa que sucediera” habría distraído al país de problemas más inmediatos.
“Esto es lo que se puede decir: El propio Nixon estaba muy preocupado por la posibilidad (de ser procesado), al punto de que perjudicara su salud”, dijo Farrell, refiriéndose a los problemas de Nixon con su flebitis: la inflamación de las venas de la pierna.
“Él reflexionaba en voz alta sobre cómo algunos de los grandes escritos políticos de la historia habían sido elaborados en las celdas de la cárcel. Su familia, muy preocupada, se puso en contacto con la Casa Blanca, alertando a los colaboradores de Ford del deterioro del estado del expresidente”.
Los gobiernos de Nixon y Harding estuvieron entre varios definidos por el escándalo, sin que el presidente fuera acusado formalmente.
Ulysses Grant, el general de la Unión y héroe de la Guerra Civil, era por lo demás ingenuo acerca de quienes lo rodeaban. Numerosos miembros de su gabinete presidencial estuvieron involucrados en delitos financieros, desde extorsión hasta manipulación del mercado. Grant mismo fue atrapado por una ofensa más trivial. Durante su primer mandato, en 1872, fue detenido dos veces por ir demasiado rápido en su carruaje.
“La segunda vez Grant tuvo que pagar una multa de 20 dólares, pero nunca pasó una noche en la cárcel”, relata el historiador Ron Chernow, cuya biografía de Grant se publicó en 2017.
Una tragedia pudo haber salvado a un futuro presidente.
En el otoño de 1963, el vicepresidente Lyndon Johnson había caído en desgracia en el gobierno de John F. Kennedy y estaba en posibles peligros con la justicia porque su ayudante principal, Bobby Baker, estaba bajo investigación por tratos financieros y tráfico de influencias. Johnson, con una historia propia de finanzas cuestionables, negaba cualquier vínculo cercano con un hombre al que alguna vez dijo amar como a un hijo.
En la mañana del 22 de noviembre de 1963, la revista Life estaba organizando una investigación y las audiencias del Congreso acababan de empezar. Sin embargo, en cuestión de unas horas, Kennedy había sido asesinado, Johnson había jurado como su sucesor y el interés por los asuntos de Baker esencialmente cesó.