FRONTERA HIDALGO, México — Desde el puesto callejero donde su familia vende mole, barbacoa y estofado de pollo, Miguel Ángel Vázquez ha visto pasar todas las caravanas de migrantes y solicitantes de asilo centroamericanos de los últimos años, con miles de personas que huyen de la pobreza y la violencia con la esperanza de tener una vida mejor en Estados Unidos.
Luego de ver cómo efectivos de la Guardia Nacional y agentes antiinmigración disolvían la última en el umbral de su casa, llevando a hombres, mujeres y niños llorosos a los autobuses que los trasladaron a un centro de detención en la cercana ciudad de Tapachula, está seguro de una cosa.
“Veo que ya estas caravanas no van a pasar”, señaló Vázquez, de 56 años.
Aunque las primeras pudieron cruzar el territorio mexicano e incluso recibieron ayuda humanitaria o de transporte de muchas comunidades y algunos funcionarios, el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador cambió su enfoque al inicio de este año en respuesta a la amenaza de Washington de subir los aranceles a sus exportaciones.
El resultado pudo verse el jueves en una carretera rural en Frontera Hidalgo, una ciudad del extremo sur de México, al otro lado del río que marca la frontera con Guatemala y que cientos de migrantes, en su mayoría hondureños, cruzaron antes del amanecer.
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Los migrantes caminaron durante horas antes de pararse en el cruce donde está el puesto de Vázquez, aprovechando la abundante sombra en una carretera que por lo demás está expuesta a un sol tropical.
Compraron toda la comida y los refrescos que tenía la familia y se comportaron con respeto, señaló la hija del propietario, Karen Daniela Vázquez Robledo.
Muchos de los migrantes cubrieron formularios no oficiales, sin ningún logo del gobierno, en los que expresaron su deseo de solicitar refugio y expusieron los motivos que los llevaron a salir de sus países.
Sabían que a pocas millas carretera arriba, un amplio despliegue de la Guardia Nacional esperaba con escudos antimotines y la orden de no dejarlos pasar, pero tenían la esperanza de poder negociar.
Entonces, cientos de efectivos de la Guardia Nacional avanzaron sus líneas para quedar a menos 100 metros (yardas) de los migrantes. La breve negociación se estancó y los migrantes se arrodillaron para orar y comenzaron a gritar consignas de “queremos pasar”.
La Guardia Nacional avanzó golpeando sus escudos de plástico con toletes y se enfrentaron a los centroamericanos. Hubo algunos empujones y se lanzó gas pimienta mientras acorralaban a los miembros de la caravana.
Muchos de los migrantes subieron a los 20 autobuses sin oponer resistencia. Mujeres que cargaban o sujetaban las manos de sus hijos rompieron en llanto en su camino hacia los vehículos.
En total, las autoridades detuvieron a 800 migrantes, según un comunicado del Instituto Nacional de Migración.
Otros se resistieron y fueron reducidos. Un hombre que era arrastrado por los agentes gritaba “Mataron a mi hermano, no quiero morir”, presumiblemente en referencia a la posibilidad de ser devuelto a su país.
Mientras caminaba llorando rumbo al autobús, una mujer dijo “Tengo una gran necesidad con mis hijos”.
Un paramédico atendió a una mujer herida tendida a un costado de la carretera.
La calzada quedó llena de botellas, bolsas de plástico y ropa. Un hombre furioso, vestido con una camisa azul, gritó a los agentes: “Esta es una guerra contra los hondureños”.
Fue un clímax repentino después de una jornada que parecía haber llegado a su final.
Portando banderas de Estados Unidos y Honduras al frente de la procesión, los migrantes habían estado caminando luego de cruzar el Río Suchiate desde Guatemala al amanecer tras varios días varados allí.
Antes de la confrontación, Aníbal, quien se negó a dar su apellido por temor a represalias de las autoridades migratorias, se comió
Se integró a la caravana de mayoría hondureña a su paso por su ciudad natal, Santa Rosa, en Guatemala. Estaba decidido a llegar a Estados Unidos, sin importar a dónde, y a trabajar para ahorrar dinero y volver con su esposa y sus tres hijos.
En Guatemala solía tener empleos a tiempo parcial como jornalero, maquinista o vendedor de ropa usada, pero no había suficiente trabajo.
“Que nos den paso libre”, exclamó.
Preguntado sobre las declaraciones de López Obrador de que la migración debe realizarse de forma regular y ordenada, comentó: “Debería tener un poco más de misericordia. Vamos por necesidad, no vamos por ambición”.
Los acontecimientos del jueves marcaron el resurgimiento de una caravana migrante que había ido menguando desde que la Guardia Nacional mexicana la interceptó el lunes a orillas del río Suchiate.
En caravanas previas, las autoridades mexicanas habían permitido que los migrantes caminasen durante un tiempo, aparentemente con la intención de cansarlos, antes de para cerrarles el paso.
México y Guatemala deportaron a cientos de integrantes del grupo a sus países de origen, principalmente Honduras, desde que se puso en marcha la semana pasada.
Aunque los migrantes han recibido una cobertura mediática constante desde que llegaron a la frontera, su situación no desbancó a las cuestiones de seguridad, economía o corrupción de la agenda pública.
Según el activista Javier Sicilia, las “decenas de miles de migrantes tratados sin la dignidad que los seres humanos tienen” son parte de los problemas de México.
En tanto, la conferencia de prensa diaria de López Obrador estuvo dominada por preguntas sobre el abasto de medicamentos para combatir el cáncer, después de que los padres de niños enfermos protagonizaran una protesta a las afueras del Palacio Nacional.
El mandatario enfrentó duras críticas de la izquierda por su respuesta más agresiva contra los migrantes, que no disminuyó su gran popularidad.
En el puesto callejero de comida en el estado de Chiapas, Karen Vázquez, de 26 años, estaba consternada por la situación de la que fue testigo: gas pimienta y niños corriendo y llorando.
“Si fue algo desagradable porque ver a la gente como la levantan, y escondernos también para que no nos levantaran a nosotros da tristeza”, señaló.